Las paredes hablan idiomas extraños, se confunden con ronquidos si haces silencio y escuchas atento. Ellas guardan sabiduría, imagino cuántas cosas han visto?. Son testigos mudas de un sin fin de experiencias, amores y desdichas de todos los prójimos que las habitan. Me he puesto a pensar en todas las cosas que podrían explicarnos, de la infinidad de consejos que saldrían de sus bocas –si las tuvieran-. Cuántas cosas podríamos aprender de ellas, valorar mejor nuestra consciencia y nuestro sentido del habla, por ejemplo.
Podrías pensar que son cosas inanimadas, que no entienden, que no sienten, pero guardan en sus corazones pasados eternos llenos de emociones, casi como nuestra mente.
Imagino la casa de mi abuela llena de risas de todos sus hijos, sus nietos, de ella misma y sus canciones. Las paredes de esa antigua propiedad aún se mantienen erguidas en el centro de la cuidad, incluso llenas de mi llanto inconsolable del sin fin de vez que caí y me levante llorando para que alguien se apiadara de mis heridas infantiles y me curara con caramelos y caricias.
A veces voy caminado y miro esas paredes llenas de memorias, son dignas de respeto aunque algunas estén comidas por el tiempo y los ratones que se aprovechan de que ellas no se pueden rascar ni sacudir. Todas ellas con bordados ancestrales y llenas de estrellas de las luces de veranos eternos que les han pasado cerca. Otras veces hecho a llorar cuando las veo derrumbarse, o peor aún, ser derribadas sin ninguna clase de piedad, como si fueran ya algo sin valor, algo poco útil. Pero no es que quiera justificar estas barbaridades, por el contrario quisiera que alguien comprenda que por lo general hacemos eso con lo viejo, con lo antiguo: dejamos de darle importancia, dejamos que se vuelva estorbo, sin sentido y entonces lo tapamos, lo escondemos o peor aún lo derribamos; así es más fácil, no lo vemos más y damos paso a algo nuevo; y no es que esté mal -no, no -, es que dejamos de creer en nuestras bases, dejamos de creer en nuestro pasado, en nuestros fundamentos y pensamos que sólo el futuro tiene un verdadero significado, que somos hijos de la tecnología (bueno yo no, yo soy hija de mis padres, de mis abuelos que no tienen mi la menor idea de cómo encender una pc y que se asustan al escuchar música salir de diminutos aparatos que ya ni se conectan ni usan baterías AA)
Ahora bien, imaginemos a las hermosas y blancas paredes lo tristes que se deben poner las pobres, que ninguno les haga caso, que las ignoremos, las rayen y las boten sin respeto, sin siquiera mirar por un momento su historia y todo aquello que tienen para contarnos.
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